08 febrero 2008

2 años después

Mi cabeza permanece sobre mi cuello, mis hombros, mi pecho, mi corazón (que ahora late un tanto diferente) y el resto de mi organismo, mi cuerpo vaya (con su riego sanguíneo, sus plantas, sus huevos, sus huesos, sus muslos, su pelo y sus largas uñas en los días de abandono). ¿Me habré transformado en un pollo?, me pregunto en más de una ocasión. No, no es posible, aspiro a mucho más que eso. Por lo menos a gallina, por lo de los huevos claro. Eso es lo que hay que tener para conservar la cabeza de manera ordenada, ahí, en lo más alto de nuestra sombra, un buen par de huevos (a ser posible morenos). Todo un reto en los tiempos que corren. Pensamientos amontonados se pelean a codazos con mis codos allí en la cúspide, en la cima de mis sueños rotos y envejecidos. Pero ahí está, por suerte, mi cabeza testaruda, alimentándose del tiempo con gran ingenio.

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